Pasan los años,
y la historia se repite
una y otra vez
en un incansable
bucle sin final,
el otoño arrastra la primavera,
y desnuda los arboles,
tal como se desnudaron
año tras año las verdades,
y viajan las golondrinas,
cacareando a nuevos parajes
deseosas de relatar a sus consortes,
lo hijo de puta que es el viento,
que solo calla para el.
Porque avanza el invierno,
frio y lleno de muerte
y las aves emigran
buscado en otros nidos
sus primaveras,
abandonando a su suerte
a aquellos que no pudieron,
o quizás no quisieron
volar según sus normas.
Mientras, un vagabundo
busca cobijo en la fría noche,
arropado entre
esperanzas, cartones,
y como abrigo,
algún que otro recuerdo,
después de todo,
el simpe hecho
de estar vivo,
ya era una victoria
para el,
que lo dio todo
y ahora solo atesora
a espuertas la nada,
y conoce los secretos
que las aves
jamás se atrevieron
a confesar,
pero calla taciturno,
tan azul como siempre,
y en un pequeño petate
guarda envuelto con recelo,
sus minúsculos tesoros,
algunas de las cosas
que la vida le enseño,
que no hay mejor legado
que la honestidad,
y allá cada cual
con su conciencia,
que a las lenguas
largas y afiladas,
las palabras,
estrechas y breves,
pues así les es más arduo
el desollar.
Experiencias de una vida,
que divisa
un largo invierno,
si saber todavía
lo que el camino
deparará.
Desde el principio,
la culpa fue
de la inocencia...
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